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24.4.24

El infierno de san Antelo


El podcast Los demonios del padre Antelo, recientemente difundido por El País, ha vuelto a recordar la historia de la Comunidad Jerusalén.

Una de las entradas de este blog ya refería a aquel episodio. Pero el gran interés despertado por el podcast sobre el tema y varias consultas recibidas, me decidieron a hacer públicos diversos materiales sobre aquel episodio.

En los días que siguen publicaré artículos y documentos -algunos ya divulgados en aquel 1996, otros inéditos- sobre Jerusalén y el sacerdote Adolfo Antelo.

Comienzo por un extenso fragmento del reportaje que publiqué en la revista Tres en su primera edición, el 27 de enero de 1996. Se titulaba El infierno de san Antelo y provocó tal revuelo que la justicia inició una investigación sobre las denuncias y Antelo terminó preso. 

El infierno de san Antelo. Comunidad Jerusalen
Tapa de la revista Tres.

 

 EL INFIERNO DE SAN ANTELO



“Yo nací en España, en una aldeíta allá por la montaña”. Así comenzó a contar su historia el sacerdote Adolfo Antelo, el 15 de abril de 1992, cuando en el canal 5 el periodista Ignacio Suárez le dedicó su programa Un día en la vida. Antelo narró que llegó al Uruguay a los 2 años junto con su familia y que su madre murió cuando tenía 9. Luego, se detuvo en lo que definió como “un gran acontecimiento en mi vida, quizás el más grande”. Era 1972, tenía 22 años y le diagnosticaron cáncer en un pie. Ante las cámaras de televisión, Antelo afirmó que un sacerdote le anunció que moriría en 40 días. “¿Por qué a mí? ¿Por qué no a esos tarados de Pocitos, que no sirven para nada?”, dijo que pensó entonces.
En el hospital escribió una carta a sus amigos, luego reproducida repetidamente en los folletos de la Comunidad Jerusalén, hoy Misioneras de Cristo Resucitado. “Me han dicho que voy a morir. ¡Pero no moriré! (...) No tengan miedo, porque Cristo resucitó y ya todo es posible en nosotros”.
No murió. Los médicos le amputaron el pie y sobrevivió. “¿Hubo un milagro?”, le preguntó Suárez en el programa de televisión. En la pantalla, el rostro del sacerdote se fundió detrás de paisajes paradisíacos y una música celestial invadió los hogares de los televidentes. Antelo dijo:
-No me gusta hablar de la palabra milagro porque hay gente que identifica milagro con cosa rara, superstición y lo que fuera. Creo que hubo un gran don, un gran regalo de Dios. Creo que esos son los verdaderos milagros.

***

Antelo fue ordenado sacerdote el 16 de agosto de 1975, pese a no haber terminado sus estudios religiosos. Quien lo ordenó, el obispo Andrés Rubio, afirmó entonces que con Antelo había sucedido algo divino. “Todos sentimos que se trata de una ordenación especial”, manifestó en la homilía y aseguró que en Antelo “el amor del Padre (...) se ha expresado en forma divinamente original, humanamente desconcertante”.
-¿Por qué dijo que aquella ordenación fue muy especial?- le pregunté a Rubio, quien me recibió sonriente pero precavido en una de las sedes de la Comunidad Jerusalén.
-Porque era un joven al que se le adelantaba la ordenación, en previsión de una posible muerte próxima. Y porque él había hecho, en el momento en que se vio frente a la muerte, una experiencia de Cristo fortísima.
-Usted también afirmó que Dios se manifestó en Antelo de una manera “divinamente original”.
-Porque fue a través del dolor, cuando le cortaron una pierna, con el peligro de que apareciera en cualquier momento una metástasis y se muriera. Para los creyentes, el camino del dolor es original pero efectivo, porque Cristo nos redime sufriendo y muriendo en la cruz.
Rubio estaba muy orgulloso de haber realizado aquella ordenación.
Antelo se mostró pronto como un cura que podía sortear las barreras generacionales. Su fama creció en el colegio Juan XXIII. Capaz de celebrar una misa incluso en la escollera del puerto, Antelo comenzó a nuclear a su alrededor a muchos jóvenes. También generó sus primeros detractores.
El 25 de enero de 1982, el sacerdote Carlos Techera, superior salesiano, le ordenó, según el propio Antelo ha relatado, “crear un centro de espiritualidad donde comunicara a todos los jóvenes la experiencia de Dios que Él me regaló en el hospital”.
Antelo cumplió el mandato. “Salimos al encuentro de los adolescentes y de los jóvenes donde están: a la salida del liceo, en la casa, en el barrio, en la parroquia, en los grupos”, explicó una de las integrantes de la Comunidad Jerusalén en un reciente video promocional del grupo.
Esas campañas proselitistas fueron un éxito.
“Yo tenía 18 años y me enganché buscando a Dios, un sentimiento que lo tiene cualquier ser humano”, dijo Leonardo Silveira, de 25 años, resumiendo el sentir de la mayoría de los que entraron a la comunidad.

***
Los jóvenes que comienzan a aproximarse a la comunidad -los “participantes”- y los matrimonios que toman parte en sus actividades de fin de semana conocen una Comunidad Jerusalén. Pero quienes dejan sus hogares, se consagran y pasan a vivir dentro de ella, conocen otra muy diferente.
“Antes de ser consagrada todo era muy distinto. Luego, cuanto más tiempo vivís en la comunidad, más te das cuenta de la realidad. Cuando sos un ‘participante’ no te das cuenta de nada”, explicó la ex integrante Ana Coutinho, de 26 años, cuatro de ellos vividos dentro de Jerusalén.
Coutinho cree haber sido presionada para consagrarse. “A través de la dirección espiritual te hacen creer que tu única salvación es entrar a Jerusalén. Después te hacen sentir que la manera de ser fiel a Dios es que te consagres. Y como vos querés ser fiel a Dios, tenés que entrar. No sé cómo, pero lo hacen”, relató, ya liberada, en la plaza de comidas del shopping de Punta Carretas.
Una vez en la comunidad los jóvenes recorren lo que Antelo llama “Proceso de Transformación en Cristo” y que supone “un proceso de diferenciación con la mentalidad que uno había tenido antes y con la del resto del mundo”, explicó Álvaro Vázquez, de 29 años, que vivió durante siete años en Jerusalén y hoy trabaja en la empresa médica de su padre.
Los nuevos integrantes son llevados con frecuencia a las residencias que la comunidad tiene en Buenos Aires o en la ciudad de San Leopoldo, en Río Grande del Sur. Los jóvenes cuyas familias aceptan de buen grado que vivan en la comunidad son alentados a no cortar los lazos familiares. Pero aquellos en cuyos hogares se atisba alguna resistencia son impulsados a separarse.
Vázquez recordó que “Antelo me hizo ir a decirles a mis padres que estaban en contra mío y que eran culpables de todo lo malo que me pasaba”.
Otro día el cura le dijo a Coutinho:
-    Anita, te hace mal ver a tus padres, porque te hacen dudar de tu vocación. No vayas más a tu casa.

 

***
 

En la comunidad la vida es rigurosa. El cronograma diario incluye rígidos horarios para rezar, estudiar, recibir la “dirección espiritual”, escuchar las charlas de Antelo, grabarlas, desgrabarlas y escribir un diario íntimo que el sacerdote y los directores espirituales pueden revisar en cualquier momento. “Dormíamos poco, era bastante agotador”, dijo Marisol Cedrés, de 28 años, otra ex integrante.
Las charlas toman muchas horas. “Antelo puede hablar seis horas sin parar, sin problema -explicó Álvaro Vázquez-; cuando terminaba todos quedábamos convencidos de lo que había dicho. Tiene un gran poder de convencimiento. Mientras lo oís hablar, es muy difícil ser crítico”.
Coutinho relató que “se tiene un régimen de reuniones permanentes, eternas. A veces se sigue un día entero. Antelo habla, habla, habla, habla, horas y horas”. Otro ex integrante, que prefirió no revelar su nombre, explicó que “si uno se pierde una charla, tiene que escucharla después en un walkman, porque todo se graba. Escuchar todo eso, habiendo dormido poco, va cambiando tu mente”.

Adolfo Antelo Comunidad Jerusalén

A ese régimen agotador se suma una alimentación irregular, a veces deficiente. En algunos hogares de la comunidad se come mejor que en otros, pero en todos ellos las comidas se saltean, ya sea para oír a Antelo o porque se ha descubierto que algún miembro está “endemoniado”.
“Se suponía que se comía todos los días, pero surgían estas crisis y olvidate”, contó Marisol Cedrés.
“La alimentación nunca fue balanceada”, agregó Vázquez. “Antelo decía que no había dinero para la comida, pero después uno se enteraba del dinero que la comunidad tenía en el banco y veía que no era así. El debilitamiento físico terminaba influyendo en tu personalidad”.
Los reglamentos son para todos, menos para Antelo que duerme, come y bebe en abundancia. “Se acuesta a las cinco de la mañana y se levanta a la una de la tarde”, recordó Vázquez. “Toma mucho, mucho vino”, dijo el ex integrante Leonardo Silveira. Coutinho lo vio con sus propios ojos: “Toma whisky, vino, cerveza. Lo vi tomarse dos litros de cerveza de corrido”.
Tales testimonios concuerdan con el que una ex integrante brindó a un grupo de laicos de la Iglesia que, a su vez, lo remitió al arzobispo José Gottardi y a otras autoridades religiosas. En esa declaración se dice que Antelo “en todas las comidas come carne y tiene comida especial porque es enfermo (...) También toma alcohol. A veces le dan de comer en la boca, pero no es lo común”.

***

El miedo comenzó en 1988. “Hasta entonces se había vivido un clima de cierto respeto -si bien muy anormal para lo que es cualquier comunidad de la Iglesia, porque era muy sectario- pero todavía podíamos vivir sin tanto miedo”, recordó Álvaro Vázquez.
Ese año Antelo comenzó a decir que un ex miembro de la comunidad -Mauricio Sampietro- estaba endemoniado y que varios integrantes de la Comunidad Jerusalén seguían sus pasos.
“A raíz de eso empezaron los golpes de Antelo, porque ésa era la forma de terminar con la influencia de Sampietro”, explicó Vázquez.
Para establecer cuáles miembros de la comunidad están creyendo la palabra demoníaca de Sampietro, se realizan extensos interrogatorios destinados a arrancar una confesión.
Cuando Antelo comienza a preguntar “todo el mundo tiembla, porque no sabés si lo que vas a decir le va a gustar o no. De repente, ‘descubre’ que estás ‘endemoniado’ y te cae ahí mismo”, explicó Coutinho.
La tesis a confirmar en los interrogatorios es que Sampietro violó a los miembros de la comunidad -hombres y mujeres- y que por esa vía les inculcó “la palabra del demonio”.
“No puedo creer la barbaridad que llegamos a creer: que Mauricio nos había violado a través de la mirada”, recordó Coutinho. “A mí Antelo me lo hizo creer luego de un interrogatorio de tres o cuatro o cinco horas. Fue tan largo que perdí la noción del tiempo”.
“Al principio decía que Sampietro te había dañado a través de la mirada: te había mirado de arriba abajo. Después era que te había mirado y su pene... pero no hablaba de violación física real... ¡era rarísimo!”, agregó.
Otro joven explicó que “la violación era con la mirada, primero Sampietro te miraba a los ojos, después bajaba la mirada y te hacía mirarle la pija... esa es la palabra que usa Antelo. Entonces con la mirada te hacía sentir que te penetraba y te reventaba... toda una historia. Las mujeres quedaban traumadas y entonces iban a buscar su protección. Ahora me da vergüenza habérmelo creído”.
El asunto obsesionaba a Antelo. En un retiro espiritual que se realizó en Buenos Aires en 1991 hizo que todos contaran cómo Sampietro los había violado. “Tenías que inventar, no había otra”, relató Coutinho.
Vázquez pasó por aquella experiencia antes de escapar de la comunidad: “De cualquier forma hacía que te ‘acordaras’ de la supuesta violación. Podían estar 14 horas interrogándote. Si Antelo salía, otros seguían. Terminábamos inventando cualquier cosa. Eso pasó una y mil veces. Todos sabíamos que inventábamos todo para liberarnos de esa situación”.

***

Cuando los interrogatorios no dan resultado, Antelo recurre a una técnica conocida en psicología como “ensueño dirigido”.
El psicólogo Daniel Corlazolli, de 44 años, ha atendido a cuatro ex integrantes de Jerusalén, algunos de los cuales aún continúan en tratamiento.
“El padre Montes le enseñó a Antelo técnicas de hipnosis y ensueño dirigido... dos armas peligrosísimas en manos de una persona que no sabe usarlas”, explicó Corlazolli. “Lo sabemos por los relatos de las víctimas, porque el ensueño dirigido es consciente. La persona yace tendida, se la van surgiendo fantasías, tiene que elevarse cada vez más a un punto luminoso y después se le van sugiriendo contenidos”.
“Exacto, esa era la técnica que utilizaba -señaló Marisol Cedrés-. En eso se basaban los famosos ‘encuentros con Cristo’. Él te dirigía hacia lo que quería. Es algo muy inteligente... te vas condicionando... tiene una fuerza que hace que vos sientas lo que él te dice, y a la vez te hace idolatrarlo”.
“Era una forma de hacer la dirección espiritual”, dijo Álvaro Vázquez que, al ascender en la comunidad y empezar a dirigir espiritualmente a los más jóvenes, también empleó esa técnica. “Me tocó hacerlo con algunos de los gurises, ahora veo que fue algo totalmente irresponsable”.
(…)
Corlazolli explicó que el ensueño dirigido se usó, por ejemplo, con aquellos que se negaban a aceptar que Sampietro los había violado. “Se le inducía la fantasía de que realmente de una manera mágica, no se sabe muy bien cómo, Sampietro los había poseído con un enorme falo”. El psicólogo dijo que según los casos que conoce los resultados de esta práctica fueron “muy peligrosos”.
El ex integrante de la comunidad Leonardo Silveira relató que jamás en su vida vio a Sampietro pero, ensueño dirigido mediante, acabó por reconocer el daño que aquel le había hecho.
(…)
Mauricio Sampietro tiene 35 años e integró la comunidad durante cinco, hasta 1989. Desde entonces vive en otra comunidad religiosa, en Colombia.
-¿Tú violaste a alguien?- le pregunté en una entrevista telefónica.
-Noooo, imagínate... de allí hasta acá (risas). Evidentemente que no, es ridículo, inverosímil. Es una calumnia, una de las más graves. Pueden preguntarle a cualquiera y cualquiera puede comprobarlo. Quizás haya algunos que no hablen por presión psicológica, por miedo y terror. Hay que comparar la situación que se vive en la comunidad con la tortura. Yo, por suerte, salí en el momento preciso.
Sampietro cree que Antelo “construyó de mí un antimito, porque así, enfrentándose a un antimito, reforzaba su propia imagen mítica”.
Uno de los entrevistados mostró una carta que el propio Antelo le envió años atrás. En ella le decía que Sampietro nunca podría volver a integrarse a la Iglesia uruguaya porque “aquí el ambiente está picado por nuestras calumnias”.

***

Lo peor comienza cuando los miembros de la comunidad, extenuados tras extensos interrogatorios o inducidos psicológicamente, confiesan haber sido violados por Mauricio Sampietro.
“Vi cómo le pegó a mucha gente. Pega cuando dice que la persona no quiere denunciar a Mauricio y al demonio. Porque cuando la persona se pierde en esos interrogatorios eternos, ya no sabe qué decir. Ahí empiezan los golpes”, dijo Coutinho.
“Claro que lo vi pegar y ponerse como loco. Todos lo vieron”, sostuvo Silveira.
Coutinho relató: “Pegaba golpes de puño, patadas y durante mucho rato. Vi dejar gente marcada, con la cara verde de los golpes. Él decía que el Espíritu Santo lo asistía, porque sus golpes no rompían los huesos ni hacían sangrar. Pero yo vi gente a la que le rompió un brazo. Pegaba golpes tremendos. Él mismo llegó a tener las manos quebradas y enyesadas por los golpes que daba” .
Otro entrevistado, un ex integrante del grupo que fue víctima de esas golpizas y hoy es empleado de un comercio, afirmó: “Tiene mucha fuerza, pega con las manos, con las rodillas, con palos o da codazos en la espalda. Una vez le partió la cabeza con un mortero a un muchacho. Cuando te caías te pegaba patadas en los riñones, patadas fortísimas con la pata de palo, con la que puede patear con toda la fuerza sin que le duela. Es el sadismo extremado. A mí me cagó a palos, varias veces me rompió la boca y otra vez me reventó la cabeza contra una pared”.
“No era un juego. Quedaban manchas de sangre en las paredes. Se quebró las manos pegando, y hay que pegar mucho para quebrarse uno mismo”, agregó.
La última noche de Álvaro Vázquez en la comunidad fue pesadillesca. “Vine desde Buenos Aires a un retiro en Montevideo y me encontré con el panorama de siempre: gente con los ojos negros, algún endemoniado de turno. Nos fuimos a otro retiro en Punta del Este. Ahí me tocó a mí. De noche todos comenzaron a interrogarme. Antelo empezó a pegar a las seis de la tarde. Pegó hasta las tres de la mañana. Paró porque se fue a dormir. Cuando terminó, varios estábamos muy golpeados, con las piernas lastimadas y más de uno con los dos ojos negros. Me hicieron dormir en el balcón, a la intemperie. Otras veces había sido peor”.

***
Pero hay otra manera de terminar con la influencia del demonio y de sanar las heridas provocadas por las violaciones de los “endemoniados”.
“Con la excusa de sanar el daño que Sampietro les había hecho, Antelo toca descaradamente a las mujeres. Les toca los senos, la vagina, les mete la mano. A los hombres nos chocaba horriblemente, pero viniendo de él que era tan puro, parecía que estaba más allá de eso. Estábamos ciegos”, dijo un ex miembro.
Álvaro Vázquez explicó que según Antelo “el demonio que tienen las mujeres de la comunidad es muy extraño. Ellas manifiestan cierta aversión hacia su cuerpo y hacia su condición de mujeres. Y entonces... el Manosanta lo cura todo”.
Ana Coutinho tuvo que pasar por aquello. “Hay abrazos, manoseos y besos en la boca. Toca los senos de las mujeres, sin ningún problema. La cola también. Es lo que yo vi y viví. Me lo hizo a mí”.
“En momentos de liberación deja a las mujeres en bombacha y soutien. A mí me dijo que me sacara la ropa, pero no lo hice. Otras chicas lo hicieron porque insistió e insistió. Decía que vos sentías tu cuerpo como malo, porque fuiste violada. Tenías que desvestirte para ver que no era así. A veces –agregó- le pedía a alguna chica que se tocara los senos, para que viera que no eran malos”.
El testimonio recogido y hecho llegar a las autoridades eclesiásticas por el citado grupo de laicos interesados en aclarar la situación de Jerusalén coincide con los de Coutinho y Vázquez: “Mientras el padre Antelo está reunido con algún grupo, en la comunidad, está permanentemente manoseando a una mujer, le mete las manos por debajo de la pollera, le acaricia los senos, es para ayudarla a que el demonio la deje tranquila”.
Ana Coutinho y otros entrevistados dijeron que las mujeres son clasificadas por Antelo de acuerdo al tamaño de sus senos: “Vos los tenés de ping-pong”, “los tuyos son de tenis”, “los tuyos son de básquetbol”.
Los hombres también son tocados. “Te tocaba el traste, o te metía la mano adentro del pantalón, pero los varones siempre saltábamos para atrás”, dijo uno de los afectados.
Para las chicas que pasaron por esa experiencia, no es fácil asumirla. Decenas de ex integrantes de la Comunidad Jerusalén declinaron dar su testimonio. “Lo que me pasó se lo conté sólo a mi psicólogo y a mi confesor. Si hablo contigo voy a ponerme a llorar”, me dijo una ex integrante de Jerusalén que se excusó por no estar en condiciones de compartir sus vivencias dentro del grupo.
Ana Coutinho, en cambio, se atrevió a relatar lo que le hizo Antelo. “Cuando una termina convenciéndose de que realmente fue violada, se siente lo peor del mundo. Entonces ahí él te abraza y te empieza a tocar, como supuesta forma de cariño”, relató. “Hoy veo que me degradó, que me hirió y me da mucha bronca. Pero ahí dentro, la atmósfera de miedo y de tensión es tan grande que, aunque sea difícil de comprender, eso era gratificante. Era estar bien con Dios. Era como si Antelo fuera asexuado, un ángel, un santo. Es increíble. A mí eso me hizo mucho mal. Cuando salí no podía recibir cariño, me sonaba a otra cosa". 

(...)

Continúa.


Fragmento del reportaje El infierno de San Antelo. Publicado originalmente en la revista Tres, el 27 de enero de 1996. La versión completa se encuentra en el libro Un mundo sin Gloria.


30.1.15

Cuatro historias Sub20

Marcos Guilherme, Juan Quintero Fletcher, Diego FagúndezMe tocó cubrir el Sudamericano Sub20. Además de informar sobre los resultados de los partidos y los autores de los goles, mis editores de la agencia Associated Press (AP) me encargaron que descubriera cuatro historias de vida entre los jóvenes futbolistas. Son las historias de un brasileño, un colombiano, un uruguayo y un argentino. Dejo varios enlaces por si, como suele ocurrir, alguno deja de funcionar. Las imágenes corresponden a las fichas repartidas por sus respectivas federaciones.


Juan Quintero: capitán holístico de Colombia:

En Yahoo Noticias:
En El País de Cali:
En 20 Minutos.com:



Juan Quintero, Deportivo Cali


Fagúndez: el seleccionado que Uruguay le sacó a Estados Unidos:
En La Voz, de Houston, EE.UU:
En Pulso, de San Luis, México:
En el USA Today (en inglés):

Diego Fagúndez, New England Revolution

Marcos Guilherme: el crack que dormía abrazado a la pelota:
En RPC, de Panamá:
En Netnoticias, de México:
En El Comercio de Lima:

Marcos Guilherme, Atlético Paranaense


Giovanni Simeone: el goleador que solo piensa en fútbol:
En Winnipeg Free Press (en inglés):

Giovanni Simeone, goleador, Argentina, River Plate


1.1.15

Feliz Feliz feliz

La revista Bla me encomendó contar la historia de un dominicano en Uruguay. El resultado es la historia de Víctor Feliz Feliz, que ahora es feliz por partida triple. Se publicó en la edición de diciembre de 2014, que puede leerse completa en este enlace.


Hace un año, cuando se acercaba la Navidad 2013, los hijos de Víctor Feliz Feliz comenzaron a pedirle que de regalo por las fiestas les comprara zapatos y ropa nueva, porque de verdad les hacía falta.

dominicanos en Uruguay Haberkorn Bla

Le pedían por favor, porque sus prendas estaban viejas, gastadas, incluso rotas. Víctor sabía que sus hijos no mentían, pero no tenía dinero. Lo que ganaba como obrero de la construcción en su ciudad -Santo Domingo, la capital de República Dominicana-, se le iba todo en abonar el alquiler del hogar familiar y la comida, y a veces ni siquiera alcanzaba para eso. En la empresa donde estaba empleado como segundo oficial albañil le pagaban el equivalente a 162 dólares por quincena, 324 al mes. No le sobraba nada. No tenía un cobre en el bolsillo.
Los hijos de Víctor, que hoy tienen 11, 13 y 15 y entonces tenían un año menos, se pusieron a llorar. Por favor, le rogaban.
A Víctor se le partía el corazón. “Me daba mucha pena. En diciembre no pude comprarles nada, nada”, dice  y deja escapar un “ay”. Todavía duele.
De aquel dolor nació el coraje que le faltaba para decidirse. Varios amigos le decían que tenía que emigrar a Uruguay, donde ellos sabían por otros amigos que ya habían emigrado que los sueldos son mejores, el doble o el triple incluso.
A Víctor le costó tomar la decisión porque no quería separarse de su familia y porque dejar su país tenía sabor a derrota después de 25 años de batallar a diario contra la adversidad.
En esos días de angustia, Víctor repasaba su vida. Sus padres habían muerto cuando él era un adolescente y a los 15 años había tenido que dejar de estudiar y ponerse a trabajar.
“Yo había luchado toda la vida, siempre echando pa´lante, siempre pa´lante, pero allá no podía, no podía”, cuenta. “En mi país se trabaja mucho y el dinero no alcanza para nada”.
Lo que lo decidió a hacer las valijas fue asumir que si no juntaba coraje y partía, el destino de sus hijos terminaría siendo más o menos similar al suyo. No podrían estudiar ni progresar. Vivirían para trabajar y sobrevivir, como él. Pa´lante y pa´lante y siempre en el mismo lugar.
Víctor soñaba con regalarles una computadora, para que aprendieran, para que tuvieran el mundo a su alcance. Pero si no podía comprarles calzado, ¿de dónde sacaría dinero para una computadora?

***

Dominicanos en Uruguay. revista Bla. HaberkornVíctor Feliz Feliz llegó a Uruguay el 6 de junio, hace apenas seis meses, la fecha la recuerda de memoria. Fue uno de los 2.500 dominicanos que llegaron al país en los primeros seis meses de 2014, según datos de la Dirección Nacional de Migración publicadas por el diario El Observador el 1º de setiembre. En 2013 habían llegado 1.870.
“Vine a buscar una mejor vida para mi familia”, dice Víctor. Aterrizó con poco equipaje y menos dinero, con su oficio de medio oficial albañil y sus 39 años, la piel oscura, el pelo corto y con entradas, los ojos chicos, las manos grandes, su boca también grande y con una eterna media sonrisa, reflejo de su optimismo. Víctor es un hombre con mucha fe, muy creyente. “Yo siempre fui una persona de suerte, gracias a Dios”, me dice.
Los primeros días, sin embargo, fueron terribles: hacía mucho frío y las jornadas se le escapaban en trámites burocráticos, gestionar la cédula de identidad uruguaya, sacar el carnet de salud. Víctor iba de oficina en oficina, con un frío tan ajeno que le costaba entender cómo podemos vivir tan al sur. Tampoco comprendía las costumbres de los uruguayos. Sentía en falta las comidas típicas de su país, los platos con arroz, habichuelas rojas o blancas y pollo, los ensopados, el plátano frito. Extrañaba a su esposa y a sus hijos.
Víctor pensaba en regresar a su tierra y a su viejo trabajo. ¿Pero cómo? ¿Con qué dinero? ¿Y para qué? El llanto de sus hijos todavía le dolía en el alma.
La angustia duró hasta que -nuevamente “gracias a Dios”- conoció a Rinche Roodenburg, una holandesa que dirige la ONG Idas y Vueltas, que se dedica a ayudar a los emigrantes que llegan a Uruguay y a los uruguayos que retornan luego de haber vivido años en el extranjero.
Rinche y sus compañeros enseñan a los recién llegados a obtener los documentos uruguayos, los orientan en la búsqueda de empleo, tratan de ayudarlos a adaptarse a las costumbres orientales. “Hacemos talleres de reinserción laboral. Una vez por semana tenemos un psicólogo. Los otros días tomamos un café, los oímos, nos reímos”.
La holandesa recuerda a un dominicano que llamó para postularse a un empleo delante de ella. Lo atendió una mujer y el caribeño comenzó la conversación con el saludo de “buen día, hermana”, un giro que se usa en República Dominicana pero que en Uruguay suena raro, mezcla de exceso de confianza y secta religiosa. “Tratamos de enseñarles ese tipo de cosas”, explica.
Rinche habla de Víctor con cariño y él habla de ella con enorme agradecimiento, dice que ha sido como una madre para él en la República Oriental.
La holandesa sostiene que muchos dominicanos llegan engañados por gente que les vende los pasajes con la promesa de que aquí ganarán sueldos altos en dólares. La realidad es que la mayoría termina trabajando por un puñado de pesos en empresas de vigilancia o limpieza, las mujeres como empleadas domésticas. “Casi todos tienen trabajo y eso ayuda a que no se sientan tan angustiados como cuando llegan. Pero ganan poco y la mayoría está empleada debajo de sus posibilidades. A veces nosotros podemos darles un empujoncito hacia algo mejor”.
A Víctor Feliz le dieron el empujoncito que cambió su vida. Gracias a un contacto de Rinche y a su experiencia laboral en su país, Víctor consiguió empleo como medio oficial en Calpusa, una importante empresa  constructora, un rubro donde los salarios mínimos duplican los de vigilantes y limpiadoras. Desde entonces, su vida dio un giro total. El sueldo de Víctor hoy es de unos 24.000 pesos, más los beneficios sociales. Además, “gracias a Dios”, la compañía le permite usar -sin tener que pagar alquiler- una vivienda que tiene en Santiago Vázquez, donde Víctor vive de lunes a viernes junto a otros compañeros de trabajo. Los fines de semana, por lo general, se queda en la Ciudad Vieja, en casa de compatriotas, haciendo un poco de vida social.
El detalle de la vivienda es importante y no solo por el alquiler que se ahorra. También le permitió a Víctor escapar al destino habitacional de casi todos los dominicanos en Uruguay: una triste pieza de pensión. Eso es así porque aunque consigan un trabajo que les permita pagar un alquiler, es casi imposible que un inmigrante logre obtener las garantías que se exigen como requisito ineludible para poder alquilar.
Hoy Víctor ha multiplicado por tres o por cuatro el dinero que ganaba en su país y se siente feliz de poder girarle a su familia cantidades que nunca había imaginado. Con el dinero que ha cobrado en estos seis meses en Uruguay, su esposa ya pudo comprar una heladera con freezer, un juego de comedor con seis sillas y, por supuesto, las prendas de vestir que sus hijos necesitaban y por las que habían llorado.
En el Facebook de Víctor Feliz Feliz hay una foto de su esposa y sus dos hijos varones, los tres riendo y con ropas nuevas. Víctor colocó la imagen sin ningún comentario. La foto habla por sí sola. Dice felicidad.
“Hoy le mandé la plata a mi señora para que se compre un celular que tenga guasáp, así podemos comunicarnos más y gratis”, cuenta Víctor, con orgullo y alegría. Él mismo anda con dos teléfonos móviles. Uno rústico que se compró al llegar. Y otro inteligente y más sofisticado que pudo comprarse poco después, con internet y guasáp.
“Lo que yo quiero ahora –dice, pensando en el futuro- es que Dios me ayude a tener mi casita allá, porque siempre he vivido alquilando, así me aseguro un techo para la vejez”.

***

Para Víctor, que tiene 39 años, el empleo que consiguió en Uruguay ha sido una bendición y no solo por el sueldo, también por el ambiente laboral de la empresa y sus compañeros de trabajo.
“Todos los uruguayos han sido y son muy buenos conmigo. Nadie me hace sentir diferente. En la casa donde vivo son todos uruguayos y nadie me trata distinto. En el trabajo todos me respetan y a la hora de comer, comemos todos juntos como hermanos. Y yo soy muy morocho, ¡muy morochito (se ríe)!.., y nadie me trata diferente por eso. Siempre me trataron como uno más, como a un hermano”.
Claro no a todos los dominicanos les va tan bien. Víctor lo sabe por los cuentos que escucha de boca de sus compatriotas los sábados y domingos en la Ciudad Vieja.
“Hay muchos que están trabajando pero ganan muy poco, trabajan en empresas de limpieza o como vigilantes, ganan 10.000, 11.000 pesos y tienen que pagar 2.000,  3.000 o 4.000 para vivir en una pieza compartida de pensión. Yo los veo y siento su angustia y preocupación. Algunos me dicen que se quieren ir, pero no tienen para el pasaje. Porque para venirse para acá vendieron todo, algunos pidieron préstamos, otros hasta empeñaron sus casas”.
Lo cierto es que una parte de los que llegan, casi un tercio, se va. En los primeros seis meses de 2014, 724 dominicanos se fueron de Uruguay, según el citado informe de El Observador.
Los hermanos de Víctor viven en una ciudad llamada Barahona, 204 kilómetros al oeste de Santo Domingo. De Barahona es Renny Belisario, un dominicano de los que aterrizaron en Uruguay con menos suerte que Víctor.
Renny tiene 26 años y en su país era empleado de la compañía ferroviaria. Una pelea con su superior lo decidió a emigrar. Llegó hace un año. Hoy trabaja en una empresa de vigilancia y hace de patovica en la puerta de los boliches los fines de semana. Ha llegado a trabajar 15 o 20 días de corrido con tal de poder enviar 5.000 pesos a fin de mes a su mujer y su hija de tres años. Es poco para tanto sacrificio.
“¡Ni una media he podido comprarme aquí trabajando todo un año sin descansar! ¡Ni una media!”, exclama.
Sin embargo dice que él no vino engañado. Sabía lo bajos que son los sueldos en las empresas de vigilancia en Uruguay, donde trabajan muchos de sus compatriotas radicados aquí, y lo cara que es la comida. “Muchos dicen que vinieron porque les mintieron, pero no es cierto. Vienen porque el dominicano es salir detrás de la aventura, y porque tienen la esperanza de ahorrar aquí el dinero para irse a España. Después, cuando la cosa no resulta, dicen que vinieron engañados”.
Renny ha intentado conseguir un empleo mejor pago, sin suerte. “He dejado muchísimos currículums en las empresas de la construcción, pero no me llaman. Lamentablemente los dominicanos no hemos creado una muy buena imagen aquí. Entre algunas mujeres que son prostitutas y otro que hizo una rapiña, algunos piensan que somos todos así”.
Riche, la holandesa de la ONG Ida y Vuelta, cuenta que otro campo laboral donde algunos dominicanos han logrado insertarse, con mejores sueldos que en las empresas de servicios, es el de los restaurantes, como mozos o  ayudantes de cocina.
Renny se quiere volver. Varios de sus amigos dominicanos ya están haciendo planes para irse al Brasil, pero él prefiere regresar a su hogar.
“Si hoy consiguiera el dinero, volvería a mi país”, dice. El asunto es que, mientras mantenga sus actuales empleos, no vislumbra ninguna manera de poder ahorrar el dinero para el pasaje de avión.
Renny extraña mucho a su familia, sobre todo a su hija de tres años. Ese punto de la historia lo iguala a Víctor. Porque la felicidad del señor Feliz no es completa por lo mucho que siente la ausencia de los suyos.
Cuando lo entrevisté, a Víctor Feliz acababan de avisarle que en su país había fallecido su querida prima Sonia. “Así como me ves, yo estoy de duelo. Ella era joven, tenía solo 44 años, pero tenía un cáncer de mama. Y eso me tiene un poco destrozado, lejos, sin poder estar allá con mi gente”.
Puso una foto de su prima y un lazo negro en su cuenta de Facebook con la leyenda: “Siempre te recordaremos, Nenena”.
Pese a ese sinsabor y a diferencia de lo que le ocurre a su compatriota Renny, para Víctor el balance de la aventura uruguaya es muy positivo y para nada se arrepiente de haber venido. Al contrario. Incluso no descarta traer un día a toda su familia, como le reclaman algunos compañeros de trabajo.
Ya tiene amigos uruguayos. Le gusta comer asado y también guiso.
“Ahora tengo muchísimos amigos que me dicen ‘vos de acá no te vas’, y me piden que traiga a mi familia, me dicen que ellos me van a ayudar. El capataz me insiste mucho con eso. Pero vamos a esperar un poco, que el tiempo vaya corriendo y ver cómo van surgiendo las cosas. De verdad estoy muy agradecido con todos”.
Nunca le tocó vivir ni el más mínimo episodio de racismo o xenofobia. Otros dominicanos le han contado que a ellos sí les ha pasado, pero a Víctor no. “Me han dicho que algún racismo hay, pero yo no lo he visto, para nada, al contrario. Todos me tratan como un igual, como un hermano”, dice. “Será que soy una persona con mucha suerte, gracias a Dios”.
Víctor le dio una enorme alegría a Rinche hace unos días, cuando le confió que había logrado hacer realidad uno de sus mayores anhelos: comprar una computadora para sus hijos.
“Mis hijos ya empezaron a tomar clases de informática para aprender a usarla”, me cuenta, feliz.
“Ahora soy feliz por partida triple. Yo era Víctor Feliz Feliz. Ahora soy Víctor Feliz Feliz feliz”, me dice y larga  una sonora carcajada.
En su cuenta de Facebook, que abrió al llegar a Uruguay, dice “localidad natal: Montevideo”, quizás porque aquí nació por segunda vez.
Allí Víctor escribió el 6 de octubre:
“Gracias mi Dios por la oportunidad que me has dado en este país. Y ha todas  las personas que estuvieron conmigo en los momentos difíciles”.
Amén.

20.3.14

Liberaij. La verdadera historia del caso Plata Quemada. Entrevistas, reseñas, críticas


Liberaij. Plata quemada. Mereles.
Un policía golpea con su zapato lustroso al moribundo Mereles,
cuando lo sacan del Liberaij. La foto la publicó el diario La Razón de Buenos Aires.
En Uruguay nadie la difundió.


Crítica en la revista digital MOOG, a cargo del periodista Luis Melgar:

Crítica en el diario La República, a cargo del periodista Hugo Acevedo:

Entrevista con el periodista Álvaro Carballo, en TNU (ex Canal 5):






Liberaij batalla porteños
Así quedó la cocina del apartamento 9 del Liberaij.
Foto del diario La Razón de Buenos Aires.



Crónica de la presentación de la primera edición del libro, a cargo del periodista Miguel Arregui en El País:

Asalto de San Fernando
Los hijos del agente Francisco Otero, asesinado en el asalto de San Fernando,
donde comenzó todo.
Foto del diario La Razón de Buenos Aires.


Entrevista en el programa Suena Tremendo, en radio El Espectador, con Juanchi Hounie y Diego Zas:

Entrevista con el periodista Jorge Traverso, en el programa Tiempo Presente, en radio Oriental:



Entrevista del periodista Valentín Trujillo en el diario El Observador:


18.3.14

Liberaij. La verdadera historia del caso Plata quemada.










Ayer presenté mi nuevo libro, Liberaij. La verdadera historia del caso Plata quemada. Fue un momento de mucha satisfacción, después de una investigación trabajosa, que procura reconstruir con la mayor precisión histórica aquel episodio policial que afectó por igual a Argentina y Uruguay en 1965.
Quiero agradecer a todos los que me acompañaron, me hicieron sentir muy feliz y rodeado de cariño. Y hacerlo en forma especial al periodista Jorge Traverso y a la psicóloga Claudia Dorda, hija de uno de los protagonistas de esta violenta historia, que compartieron conmigo la tarea de presentar el libro.
Para los que no pudieron ir, aquí se pueden ver algunos momentos.
El libro puede encargarse por mail desde esta página:



Las primeras palabras estuvieron a cargo de Virginia Sandro, editora y representante de editorial Sudamericana.



Luego Jorge Traverso habló del libro:



Traverso le pregunta a Claudia Dorda:



Y me pregunta a mí si conseguí todo lo que buscaba averiguar:



Y luego pregunta mi opinión sobre los libros periodísticos y el periodismo narrativo (yo le explico qué es lo que no me gusta de algunos libros hechos desde el periodismo), y sigue con Claudia Dorda:



Lo que parecía ser la despedida:



Cuando ya parecía que nos íbamos, varias personas del público (vecinas del edificio, la hija de uno de los policías muertos por los pistoleros) pidieron para intervenir. Aquí lo manifestado por una de las habitantes del Liberaij aquel día de 1965:



8.1.14

Feliz regreso a la obra

“Fue una fortuna”, dice el arquitecto colombiano Julio César Durán Parra, de 38 años, al recordar lo que sintió cuando le ofrecieron dirigir la reforma de la Policlínica del Penal de Libertad. Preso desde 2007 junto a su tío y a su hermano por una causa de narcotráfico, comenzar a trabajar en una obra fue como pasar del infierno al cielo. Llevaba seis años encerrado en una celda de la que salía apenas dos veces por semana para pasar dos horas en un patio de tierra apisonada sin colores, sin un solo árbol, sin siquiera una mota de césped.
Lo mismo le pasó al grupo de presos que trabaja en la reforma. Algunos nunca habían pisado una obra en su vida. Aceptaron la oferta de tomar la cuchara de albañil y el fretacho para poder salir de sus celdas todos los días, mover los músculos, sentir que no se están pudriendo en vida, hacer algo útil y, claro, también achicar sus penas.
Durán Parra soñaba con algo más cuando estudiaba en la Universidad Nacional de Colombia, en Bogotá. Se recibió en 2006 con un proyecto urbanístico para el municipio de Cumaribo. Quería llevar adelante planes importantes y no una reforma como esta que hoy dirige, un reciclaje de 300 metros cuadrados, donde comanda a un plantel improvisado de obreros y tiene también que hacer de capataz, porque no hay quien asuma ese puesto.
Sin embargo, está feliz de pasar los días enteros aquí, en esta pequeña obra de una sola planta, una reforma en medio del lugar más temido del Uruguay, el sitio del país donde nadie querría estar nunca jamás.
El desafío consiste en transformar un viejo edificio de la cárcel de peor fama en la nueva policlínica de la Administración de Servicios de Salud del Estado (ASSE). Y no es un edificio cualquiera. Es La Isla, una construcción rectangular a unos cincuenta metros del edificio principal, utilizada primero en la dictadura y luego en democracia para confinar a los reclusos castigados. Por La Isla pasaron desde los rehenes tupamaros hasta los delincuentes más peligrosos de las últimas décadas, como el Rambo.
“Como sabían que yo era arquitecto me invitaron a trabajar en el proyecto. Fue algo muy bueno porque llevaba seis años sin poder ejercer y sin poder trabajar en absolutamente nada… seis años sin hacer nada. Y no solo por ejercer, sino por los beneficios de descuento en la pena. Porque es muy satisfactorio trabajar en lo de uno, pero lo más importante es eso: salir lo antes posible de aquí”.
Por cada día trabajado, se le computan dos días de pena.
Durán Parra primero quiso ser geólogo, para imitar a su hermano mayor, al que considera casi un padre en su vida. Sin embargo, pronto descubrió que esa no era su vocación. “Fue un desliz, por admiración a mi hermano. Pero no funcionó. Desde chico tengo una inclinación muy fuerte por las cosas gráficas”, dice.
Se recibió en agosto de 2006 y en agosto de 2007 ya estaba preso en el penal de Libertad. Se ríe con resignación cuando relata que apenas pudo ejercer un año su profesión en su país, y con nervios cuando uno le pregunta por qué se metió en el narcotráfico.
“Son cosas que en mi país, en Colombia…”, dice y deja la frase inconclusa.
El 18 de agosto de 2007, en un operativo policial en el que participaron agentes especiales e incluso dos helicópteros de la Fuerza Aérea, Durán Parra, su hermano Ángel y su tío Gustavo Durán Bautista, junto a dos pilotos brasileños, fueron detenidos en Salto con 485 kilos de cocaína, el mayor cargamento incautado en Uruguay hasta ese momento.
La droga –dijeron las crónicas policiales– iba a ser llevada a Europa disimulada en cargamentos de naranja. Parte del plan era instalar una planta de envasado de fruta en Montevideo, desde donde se enviarían los embarques futuros. Para eso se necesitaba un arquitecto.



***

Durán Parra tiene hoy su escritorio en una pequeña casita al lado de la obra, con vistas al edificio principal del penal. A pocos metros, en la vieja Isla, el más singular de los equipos de obreros del Uruguay trabaja a buen ritmo, casi todos con una sonrisa en la cara.
Presos, narcotráfico, trabajo en la cárcel
Son diez o doce hombres de aspecto variable y edades diversas, unidos por una quimera que los encandiló primero y luego los arrojó allí: ganar dinero rápido, conseguir lo inaccesible, saltearse casillas en la dura tarea de prosperar en Uruguay cuando se arranca desde abajo, incluso desde el medio. Al igual que el arquitecto, todos están presos por narcotráfico: uno vendía pasta base, otro marihuana, otro cocaína. La apuesta no le resultó a ninguno.
A diferencia de lo que suele ocurrir en las entrevistas con presos, aquí nadie alega ser inocente, ninguno dice estar pagando las culpas de un error judicial o de la mala suerte. Solo uno reduce su culpa explicando que él tenía pasta base porque era mujeriego y con ella compraba favores femeninos. El resto no rebaja su responsabilidad.
Estos presos convertidos en obreros admiten sus delitos con sinceridad, como si el hecho de estar trabajando, de estar levantando una obra destinada al bien público, redimiera su presente al punto de permitirles hablar con sinceridad de su pasado.
 “Al principio –cuenta Durán Parra– fue un proceso de aprendizaje, había que decirle a muchos: hagan la mezcla así o háganla asá. Porque por más que la gente tenga voluntad, si no sabe levantar un muro… Pero por fortuna en el plantel hay un par de oficiales que tenían experiencia en el trabajo y con su ayuda los demás han ido aprendiendo algunas cositas”.
Uno de los que conoce el oficio y le enseña a los demás es Juan José Arrarte. Trabajó en una larga lista de obras y empresas importantes de la construcción y ahora ayuda a sus compañeros reclusos.
Lleva preso tres años y cinco meses y todavía le quedan unos meses más: si todo sale bien recobrará la libertad en algún momento de 2014. Le pregunto por qué, si tenía un oficio y buen empleo, cayó en el tráfico de drogas. Sonríe y levanta los ojos dando a entender que la respuesta es obvia: lo encandiló la promesa de ganar mucho dinero. Ahora ya sabe que eso no resulta y disfruta de estar de regreso, transpirando la camiseta en una obra. “Es impagable, no se puede comparar con estar en la celda”. Solo le gustaría tener una certeza que no tiene: que el juez de su causa tome nota de su dedicación actual y su esfuerzo.
Los presos que trabajan en la restauración de La Isla tienen una guardia policial permanente entre ellos. Todos son reclusos de buena conducta y se han ganado su derecho a salir del celdario, pero la confianza no llega a tanto. Uno de los policías, de uniforme negro, está parado a mi lado. Arrarte dice que la guardia trata mejor a los presos que trabajan.
El agente –que hasta ese momento había permanecido callado– asiente:
–Yo para ellos, en lo que pueda ayudar, estoy a las órdenes.
Elbio Richard Santos es otro de los que ya sabía levantar paredes. Dice que tiene 23 años en el oficio y que es sanitario y oficial cañista. Cuenta que trabajó en tres o cuatro de las mayores compañías y luego tuvo su mini empresa. “La verdad, yo no necesitaba meterme en la droga. Pero empecé con el porro para fumar yo, y al final terminé teniendo porro como para un ejército”.
Rafael Carlos Ríos se acerca porque quiere dejar planteada su idea. Piensa con angustia en lo que ocurrirá el día en que la policlínica quede lista. No quiere volver al encierro inútil. Argumenta que con la experiencia que han hecho y todo lo que han aprendido, bien podrían llevarlos fuera del penal para ampliar escuelas, arreglar plazas o levantar comedores populares. Pide que por favor su idea quede planteada.
“Sería bueno que abrieran un poco la cosa, que nos dieran un poco de confianza. Quiero laburar, porque laburando estás todo el día suelto, matás el ocio y te hace bien al cuerpo. Terminás el día cansado y eso no es lo mismo que estar todo el día acostado en una celda reducida, hacinado con otros dos presos”.
Está en la cárcel por vender cocaína. Sabía el oficio de pintor, pero ahora le han ensañado nuevas destrezas. Y quiere aprender más, para poder levantarse su propio hogar. “Yo no tengo casa. Quiero hacerme una. Tengo un bebé ahora. Tengo otros cinco hijos y no pude criar a ninguno. A este sí quiero criarlo… quisiera superarme un poco”.
Daniel también tiene cinco hijos. Es el único que prefiere no decir su apellido. Es de Paysandú. Cruzaba el río Uruguay con cocaína.
Detrás de un muro aparece Julio César Rodríguez Pasquini y se presenta: es oficial finalista y nos pide que por favor llamemos a su abogada, una defensora de oficio con la que hace tiempo no puede contactarse. Dice que su causa es “solo suministro” (él es el mujeriego que conquistaba amores con pasta base) y que ya podría estar libre si su defensora presentara un escrito que nunca presenta. Su único pariente afuera es una sobrina que no lo llama, nadie lo visita y la doctora nunca lo atiende al teléfono. “Acá te dan tres minutos para la llamada, nunca logro hablar con ella. A veces me atienden en la central telefónica y yo disco el interno de ella y siempre se me termina el tiempo antes de poder hablar”.

***

Cada rincón de la obra encierra historias que darían para un libro, pero no hay demasiado tiempo para quedarse a escucharlas. La visita a la obra de autoridades de ASSE, un periodista y una fotógrafa de la revista Construcción ha hecho que la vigilancia sea reforzada. Nos acompañan integrantes del grupo GEO y no podemos ocuparlos el día entero. La recorrida tiene que seguir.
Antes de irnos, Durán Parra se apresura a relatarnos todo lo que la obra implica. Se hizo un camino con vereda para llegar a La Isla que incluye un pequeño puente sobre una especie de cañadón. La Isla no tenía ventanas, y ahora se están agregando. Los pequeños ambientes de las celdas de aislamiento se ampliaron para los nuevos fines del edificio. La vieja instalación eléctrica tuvo que ser toda reemplazada. La sanitaria se renovó en un 50% y las viejas cañerías se cambiaron por otras de PVC. La hidráulica se hizo a nuevo. Se agregaron cañerías y canillas para agua caliente porque antes el edificio solo tenía agua fría. Se incorporó un generador eléctrico. También tendido telefónico y los ductos y conexiones necesarios para colocar aparatos de aire acondicionado. La Isla, en sus viejos tiempos de mini cárcel de aislamiento y castigo, obviamente no tenía calefacción ni sistema de refrigeración.
En términos sanitarios, la nueva policlínica supondrá grandes avances, explica Enrique Soto, vicepresidente de ASSE. Tendrá un área de internación, un lugar donde poder compensar a quien llegue en medio de una crisis. También contará con un espacio para mantener aislado a quien pueda contagiar un mal peligroso. Todo eso hoy no existe. La policlínica actual de ASSE en el penal de Libertad es mucho más pequeña, tiene apenas 70 metros y está ubicada dentro mismo del edificio central de la cárcel.
Hacia allí vamos ahora. Para llegar hay dos recorridos posibles: se puede caminar por el costado del edificio principal de la prisión o ir por debajo de él, porque el penal de Libertad está sostenido en el aire, construido sobre gruesos pilotes de concreto, con seguridad para evitar las fugas subterráneas a través de túneles.
Presos. Trabajo en la cárcel. Penal de Libertad
La vista que ofrece el edificio principal de la cárcel parece salida de una escena de una película apocalíptica sobre el futuro, al estilo Mad Max. Un edifico enorme, de ladrillos, rodeado de alambradas y torres de vigilancia y cientos de ventanas demasiado chicas para ser “normales”. Desde cada una de esas míseras aberturas, trapos de colores, raídos y gastados por años de uso sufrido, flamean al viento atados a los gruesos barrotes. Son toallas, sábanas y frazadas que así se secan luego de ser lavadas: el pampero no las acaricia, las sacude y las extiende, como si ellas también quisieran escaparse de allí.
Anudadas a las ventanas también hay prendas de vestir de todo tipo y color, y banderas de cuadros de fútbol. La mayor es una de Cerro cuyos cuatro ángulos fueron atados cada uno a una ventana distinta, de modo que luce extendida por completo. “También cuelgan de las ventanas el escabio, para que fermente”, dice uno de los guardias que nos acompaña. El escabio son las bebidas alcohólicas artesanales clandestinas que los presos fabrican en sus celdas. Cada vez que hay una inspección de celdas, el escabio es requisado.
–¡¡FLAAAACO!! ¿¿QUIÉNES SON USTEDES?? –grita un preso desde una de las ventanas.
-¡¡¡ESTAMOS TODOS ATRAPADOS EN ESTE PENAAAAAL!!! –grita otro. Y lo repite dos veces, como si el panorama de las caras asomándose detrás de los barrotes no fuera ya muy claro y explícito.
Los que gritan son los que no tienen la suerte de estar trabajando y también, según dicen los guardias, algunos que no quieren hacerlo.
La mayoría de los que nos miran a través de los barrotes elige comentar la presencia de la fotógrafa con frases más bien irreproducibles. Un preso con cierta cuota de estilo y sentido del humor le hace saber:
–¡¡FLAAACA!! ¡¡¡EN CINCO MINUTOS TE ARMASTE UN CLUB DE FAAAANS!!
La guardia aconseja que más vale caminar por debajo del edificio, por entre los gruesos pilares que lo sostienen en el aire, donde los presos no pueden verte. Algunos presos no solo gritan a través de los barrotes, sino que arrojan cosas. Vamos entonces por entre los pilares que sostienen esa mole desangelada y así llegamos a la actual policlínica de ASSE, la que pronto será sustituida por la ex Isla, cuando la reforma se termine.
Médicos y enfermeros tienen cara de pocos amigos. “Esto es una cárcel”, anota una doctora, dejando en claro que preferiría trabajar en otro lado. También tienen dudas sobre la reforma en curso. Se quejan de que La Isla no tiene puerta de emergencia, de que en caso de motín está muy alejada del mundo exterior y de que para llegar hasta ella con una ambulancia o con cualquier otro vehículo hay que bordear necesariamente el edificio principal de la cárcel. No les parece segura.
Las autoridades de ASSE dicen que estudiarán sus reclamos.
La recorrida sigue. Dejamos el edificio principal a nuestras espaldas. Nos acompañan dos efectivos del grupo GEO, Javier Epifanio y Federico Falla, armados a guerra. Los dos son de Rivera, como la mayoría de la guardia carcelaria. Los dos querrían trabajar en otro lado.
–Hablar de afuera es fácil. Estar acá es difícil –dice uno de ellos.
–Todo el tiempo los presos te están midiendo. Todo el tiempo –agrega el otro.
Recorremos otras zonas del penal. Otros equipos de reclusos que trabajan han arreglado otro edificio que será destinado a policlínica para los policías. También un local para recibir visitas, decorado por los propios presos con dibujos animados y motivos cuasi infantiles, quizás pensando en los niños que vienen a ver a sus padres, o simplemente en que los visitantes se lleven una imagen alegre de la cárcel.
El comisario William Ávila, subdirector administrativo del penal, explica que desde hace un año el número de presos que trabaja se ha incrementado mucho, como parte de una nueva política carcelaria impulsada desde el Ministerio del Interior. Doce meses atrás, apenas 100 estudiaban o trabajaban. Hoy la cifra llega a 800, 350 que trabajan y 450 que estudian. “Es un gran logro”, dice Ávila. En total hay 1.300 reclusos en Libertad.
También están los que trabajan en la huerta. Ahora mismo están laborando a pleno sol del mediodía y les indican a los policías que nos acompañan en la recorrida dónde están las mejores cebollas para cosechar. Aquí no todos están presos por narcotráfico, sino que sus motivos de reclusión son diversos.
Leonardo, José Uno y José Dos dejan los instrumentos de labranza y conversan. Un funcionario de ASSE les dice que con lo que aprendieron pueden ir a pedir trabajo a las quintas de las afueras de Montevideo.
José Uno, los brazos de fuertes músculos y con decenas de cicatrices de cortes, anota:
–Pero vas y muchas veces no te pagan lo que tienen que pagar.
Leonardo dice que él no tendrá problemas para conseguir empleo cuando salga. En realidad, nunca los tuvo, porque su padre es dueño de un conocido comercio del centro de Montevideo. Yo mismo he comprado muchas veces allí, le digo. Luego le pregunto cómo terminó en la cárcel, cuando tenía todo a favor en la vida. Responde:
–Y… las malas juntas…
Luego se queda callado. Prefiere no dar más detalles.
Les pregunto a los tres si están contentos con trabajar en la huerta.
–Claro. Acá estás todo el día suelto –dice uno.
–Y cuando te vienen a visitar, le podés hacer un asado a tu familia –agrega otro y señala unos parrilleros cercanos, que pueden usar cuando los necesitan.
José Dos está preso desde hace cinco años y cuatro meses, por rapiña, según relata. Recién hace una semana, cuando apenas le quedan tres meses de condena, lo dejaron salir a trabajar. Se lo nota pálido, como si recién hubiera despertado de un mal sueño muy largo. No puede creer estar al aire libre, bajo los rayos del sol, rodeado de verde. Le cuesta encontrar las palabras para expresarlo.
“Acá estás todo el día suelto”, repite, en voz baja, casi maravillado.
El trabajo –esa carga que tantas veces nos agobia– es una bendición. Quizás no sea demasiado tarde para que estos jóvenes lo descubran.
En cuanto a la nueva policlínica, será inaugurada en diciembre si todo sale bien.
“Forma parte de las políticas sociales de ASSE. Más del 10% de nuestro presupuesto está destinado a fines sociales: atender a presos, adictos a las drogas, enfermos psiquiátricos y adultos mayores”, dice Soto, vicepresidente de los servicios de salud del Estado.
Al despedirnos de los obreros-reclusos que trabajan en la construcción de la policlínica, todos posaron sonrientes para una foto, todo un equipo orgulloso de su obra.
Algún día todos ellos cruzarán las mil alambradas que separan la cárcel del mundo libre. Pasarán por donde ahora familiares con caras tristes hacen cola para entrar a la visita con sus bolsos llenos de provisiones. Dejarán a sus espaldas el cartel que anuncia que quien tira un papel al suelo en la entrada del penal se hace “pasible del correctivo correspondiente”. Ese día, cuando salgan del lugar donde nadie quiere estar, la reforma de la policlínica quizás sea uno de los pocos buenos recuerdos que se lleven de los años pasados allí dentro.
Habrán dejado algo útil para los demás.
No es poco.

Historias uruguayas, crónicas y reportajes de Leonardo Haberkorn
Publicado en la edición noviembre/diciembre 2013 y enero 2014 de la revista Construcción, de la Cámara de la Construcción del Uruguay.
Incluido en el libro Historias uruguayas.
Fotografías: Magdalena Gutiérrez.
el.informante.blog@gmail.com

24.8.13

La fiesta de la nostalgia, las invasiones bárbaras

No me gusta la fiesta de la nostalgia.
Nunca me gustó hacer lo mismo que todos y menos todavía hacerlo en el mismo momento en que todos lo hacen.
Tampoco me gusta la nostalgia, aunque admito que la tengo y que me asalta muchas veces al año, no solo los 24 de agosto.
Tengo nostalgia del olor a la arena mojada en las playas de Montevideo, del túnel que atravesaba la rambla y te llevaba a la playa Malvín, de una radio Hitachi con cubierta de cuero, como las Spika, que pasaba tangos y canciones de Leonardo Favio.
hitachi con cubierta de cuero al estilo spika
Tengo nostalgia de El Diario de la noche y de todos mis perros salchicha. Nostalgia del almacén de don Antonio, que atendía en camiseta, llevaba una birome en la oreja y envolvía todo en papel de estraza o de diario, ya no me acuerdo.
Nostalgia del gusto irrepetible que tenía esa tortuga de jamón y queso que me compraba mi abuelo cuando me esperaba a la salida de la clase de natación, en la Asociación Cristiana de Jóvenes.
Nostalgia de Los Estómagos, de Graffitti, del Dorman caminando por Montevideo con un armatoste de tela cubriéndole la cabeza, de la loca de pelo rojo que recorría 18 de Julio pintada de todos colores, de la revista Punto y Aparte, del estadio Centenario sin las horribles banquetas de plástico que lo arruinaron para siempre.
Tengo nostalgia de ir a la tribuna Olímpica, sentarme en el cemento, recostar mi espalda en la fila de atrás y disfrutar de una tarde de sol en invierno sin que nadie a mi alrededor gritara puto, puta y chupapija durante los condenados 90 minutos. Nostalgia de los clásicos, cuando las hinchadas de Peñarol y Nacional nos repartíamos la Amsterdam mitad para cada una y nos dedicábamos cánticos como: "Mandarina, mandarina, mandarina, mandarina, hoy lo echan a Cubilla y los dirige Landriscina".
Tengo nostalgia de la época en la que estábamos todos juntos contra la dictadura, de los cinco minutos en que pareció que podríamos ponernos de acuerdo al menos en lo básico y hacer algo mejor todos juntos.
Tengo nostalgia del Pampa recitando y Cacho haciendo morisquetas detrás. Nostalgia de Olmedo, de Luca y de Renato Russo.
Tengo nostalgia de cuando daba clases y podía alentar la razonable esperanza de que tres o cuatro estudiantes por grupo terminaran escribiendo con garra, ritmo, corazón y respetando las reglas de la gramática y la ortografía.
Nostalgia de cuando podías hablar de lo que fuera con cualquier mozo o taxista de Montevideo. 
Tengo nostalgia de cuando en las redacciones de prensa se hablaba de política y de fútbol y no de tecnología y realities.
Tengo muchas nostalgias pero cero ganas de festejarla. Cuando me asalta y necesito darle un gusto, voy y compro pizza en El Submarino Peral.
Lo mejor, siempre, es tratar de hacer algo nuevo. Algo que valga la pena.
No importa que estemos rodeados. No importan las invasiones bárbaras. Si vas perdiendo diez a cero, hay que pelear por hacer el gol de la honra. Si lo hacés va a valer mucho más que poner me gusta en la página de Facebook de los que quieren reunirse para gritar el gol de Ghiggia.

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3.1.13

Caminante entre lobos y caranchos


Tengo que hacer ejercicio todos los días, sin excepciones. Así me lo exige el médico. Van tres años y espero que sean unos cuantos más. Tres veces por la semana juego al básquetbol. Los otros cuatro, camino cuarenta minutos. Rápido.
Siempre que puedo, la caminata la hago por la playa de Lagomar. En estos tres años, lo he hecho de mañana, de tarde y de noche. Hacia el este y hacia el oeste. Con short, remera y protector solar; y con tres buzos, campera y dos bufandas. A veces, en invierno, cuando el viento arrecia o llueve con fuerza, no me cruzo con ninguna otra persona en los cuarenta minutos de marcha.
He aprendido a reconocer a los de mi tribu: están allí en esos días en los que nadie más baja a la playa. Casi todos tienen entre 40 y 50 y pico, caminan más rápido que lo normal, la mirada fija, concentrada, perdida. No llevan radio ni mp3. Eligen las horas menos concurridas, porque el médico les prohíbe detenerse a saludar gente: la caminata debe ser continua, sin paradas. De lo contrario, no sirve.
En invierno pisamos la mugre. La Intendencia –ahora “comuna canaria”- considera que no es menester limpiar la playa fuera de temporada. Uno camina entre miles de envases, bolsas de nylon, botellas de vidrio y de plástico, envoltorios diversos, preservativos, jeringas, juguetes rotos, esqueletos de pescados y gallinas muertas dejadas por los umbandistas.
De vez en cuando aparecen los objetos más insólitos, como un viejo sofá que alguien abandonó en la playa y allí estuvo pudriéndose durante semanas.
Hace unos meses hubo una verdadera invasión de unas botellas de plástico de medio litro con una etiqueta escrita en chino, japonés o coreano. Parecían ser de agua mineral, pero no puedo estar seguro. Eran de un plástico mucho más delgado que el que se usa aquí. Estaban tapadas pero sin líquido dentro, como si hubieran perdido su contenido por arte de magia. Aparecieron por cientos durante una semana, después nunca más.
Lagomar es la quintaescencia del estuario. Las aguas dulces y saladas están siempre mezclándose. En la reseca que deja la marea se unen huevos de caracol oceánico (mucha gente cree en forma equivocada que son huevos de tortuga) con camalotes de agua dulce, que vienen desde el Uruguay o el Paraná.
Playa, pescado
Foto: Eduardo Irazabal.
Cuando la salinidad cambia de golpe, la costa se llena de peces condenados. He visto la playa llena de dorados muertos o a punto de morir. Más de una vez recogí un pez todavía vivo y lo devolví al mar, pero es inútil. Si el agua es muy dulce o muy salada para el código de su especie, la suerte del pobre animal está echada.
Un pescador me dijo que si se captura al pez mientras todavía está vivo, se lo puede comer. Pero nadie aprovecha. Quizás debería informarse que está ocurriendo un cambio de salinidad, sin duda algo más importante que la última novedad de Show Match. Pero los medios están con Tinelli, no con la costa.
Los cadáveres de los dorados o los bagres, que en ocasiones llegan a ser miles y miles, cubren luego la playa entera. Las gaviotas no pueden comer tanto. Al cabo de una semana, el hedor comienza a sentirse. La Comuna canaria no se entera. Para la autoridad, la playa no existe en invierno.
El hedor es peor cuando aparece un lobo de mar muerto. De un tiempo a esta parte, los cadáveres de lobos de mar son algo cada vez más frecuente. Después del último ciclón, aparecieron al menos cuatro. Los rumores dicen que los matan los pescadores, pero no sé si es cierto.
Así como los lobos, en la orilla he visto pudrirse muchos cuerpos de animales: pingüinos que perdieron el rumbo; tortugas marinas grandes como un abrazo; delicadas franciscanas, el esquivo y bello delfín del Plata.
Pero la costa es también el espectáculo de la vida. Una vez me topé con un lobito que parecía muerto, pero solo dormía. En los pastizales que separan la playa de la avenida, vi correr una liebre, sorprendí a una pareja de tucu tucus asomándose desde su mundo subterráneo, descubrí apereás que todavía habitan un pequeño bañado.
Además, desde hace un tiempo es cada vez más habitual la presencia de aves rapaces. Este invierno, tres o cuatro veces, me topé con enormes caranchos, solitarios o en pareja, posados en la orilla misma, comiendo pescado. También son frecuentes los gavilanes. ¿Estas especies están colonizando la playa? Me gustaría tener una respuesta.
Muchas veces me digo que voy a averiguar qué hay detrás del misterio de las botellitas chinas, la sobreabundancia de lobos muertos, la invasión de aves rapaces. Pero no lo hago: las obligaciones del trabajo diario me llevan a otras investigaciones. En la playa apenas soy un caminante, testigo si se quiere, pero no periodista.
Haría falta alguien que de verdad investigara lo que ocurre en ese lugar que no existe para las autoridades durante nueve meses al año.
Es lo mismo que pasa con el resto de las cosas. Hoy hay muchos –políticos, sociólogos, filósofos, expertos en nuevas tecnologías, teóricos de la comunicación, incluso periodistas- que creen que ya no se necesita al periodismo. Que basta con internet, los blogs, las redes sociales. Que cada uno tiene su propio espacio en el nuevo mundo híper conectado. Que todos pueden hacer sonar su propia voz. Que ya no se necesitan intermediarios, cuenteros profesionales.
Pero las personas en las redes sociales son lo mismo que yo en la playa: somos testigos, podemos contar lo que vemos, pero no podemos explicarlo.
Para explicar qué son esas miles de botellitas chinas, si hay algo raro detrás de todos esos lobos que aparecen muertos, por qué hay caranchos comiendo a cien metros de la rambla, se necesita que alguien se dedique a preguntar, a reunir las piezas del rompecabezas, a investigar. Un periodista, no un caminante.
Cuando la curiosa alianza entre las fuerzas de la tecnología y del antiperiodismo haya completado su obra, el peligro será que toda la sociedad sea lo mismo que la costa por donde camino. Un lugar que solo existe cuando las autoridades quieren que exista. Un enorme e inexplicable misterio.

Publicado en el semanario Brecha, en la edición del 28 de diciembre de 2012.
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30.8.12

Mujeres que hacen obra

Mujeres, obreras, trabajo, construcción
Maira Moraes, obrera.
Foto: Magdalena Gutiérrez
Mabel Montes de Oca tiene 27 años, es de físico menudo y pocas palabras. Es de Mariscala, Lavalleja, pero hace cuatro años se radicó en Toledo, buscando un mejor futuro. Poco después consiguió trabajo en una empresa de limpieza de Montevideo. Pero al cabo de un tiempo renunció:
-No me sirvió: era poca plata y muchos tickets alimentación. Y arriba de eso yo tenía que pagar el boleto y una niñera.
Mabel tiene tres hijos. La familia se mantenía con el sueldo de su pareja, un obrero de la construcción. Pero ella quería tener su propio dinero, lo necesitaba para sí misma y para sus hijos.
Un día le dijo a su compañero que ella también quería trabajar en la construcción. En Mariscala había participado en una cooperativa de viviendas. Un capataz del Ministerio de Vivienda le había enseñado a levantar paredes, a revestirlas, a revocar. ¿Por qué no podía trabajar en una obra? ¿Por qué debía conformarse con los magros salarios que pagan las empresas de limpieza?
Su pareja le dijo que ni loca.
-Los hombres son bravos, las obras no son para vos.
Pero Mabel estaba determinada. Detrás de sus respuestas categóricas y breves se adivina un carácter firme. Se anotó en una escuela para operarios de la construcción que la empresa Saccem tiene en Manga con la esperanza de ser llamada para entrar a una obra. Cuando se presentó su oportunidad, y antes del primer día de trabajo, su compañero, ya resignado, la aconsejó:
-Vos no vayas a buscar amigos, compañeros, ni nada. Vos tenés que cuidar tu trabajo y hacerte respetar. Hacete respetar.

***

Hoy Mabel trabaja rodeada por 120 hombres en el piso 15 de una torre de 21 que se está construyendo en el Buceo, en Rivera y Comercio, donde antes estuvo la fábrica de vidrio.
Es una representante más de un fenómeno incipiente pero en crecimiento en Uruguay: las mujeres que trabajan como obreras de la construcción.
Hoy, según datos del Banco de Previsión Social, hay 625 puestos laborales en el campo de la construcción ocupados por mujeres: 424 en Montevideo, 103 en Maldonado y cantidades muy pequeñas en otros departamentos (no hay ni siquiera uno en Lavalleja, Soriano y Río Negro).
Una cifra cercana al 10% del personal de la industria ocupa dos puestos laborales. Por lo tanto, la cifra de mujeres obreras registradas ante el BPS puede considerarse cercana a 560.
Es un número modesto que se torna aún más pequeño si se lo compara con el total de personal empleado en el sector, que supera los 65.000. Las mujeres representan entonces menos del 1% del total. Y más pequeño todavía si no se consideran a las mujeres que trabajan en las obras, pero no propiamente como obreras sino, por ejemplo, como pintoras, personal de limpieza o técnicas prevencionistas.
“Si tomamos en cuenta solo a las mujeres albañiles, peones, maquinistas, martilleras, las que trabajan como obreras propiamente dichas, somos unas 300 en todo el país”, dijo Estela Escobar, que a su vez es la única obrera en la dirección de 35 integrantes del Sindicato Único de la Construcción (Sunca). (Hay otra mujer en la directiva, pero trabaja en el sector de la cerámica, también integrado al Sunca).
Sin embargo, si uno ve el asunto en perspectiva, la presencia de esas 300 mujeres representa una gran conquista.
Fempress, una publicación de defensa de los derechos femeninos, se preguntaba en 1996:
“Si las mujeres pueden hacer tareas de obra para construir su propia  casa, ¿por qué no trabajan en construcción, cuando faltan tantos empleos para ellas y cada vez más quieren acceder al mercado de trabajo? No existe en el Uruguay ni una sola mujer en el gremio de la construcción, y ellas se muestran eficientes en tareas que requieren atención a los detalles”.

***

Judith Mallo ya trabajaba en la construcción en 1996, aunque era difícil que Fempress se enterara: lo hacía en una pequeña empresa familiar, propiedad de su padre, en la localidad canaria de Sauce.
Rubia, sonriente, con su uniforme naranja de la empresa Ebital recién estrenado, Judith trabaja hoy en la obra del Sodre, en pleno centro de Montevideo. Antes lo hizo en muchísimas otras. Tiene 39 años y hace más de 20 que es albañil. Aunque a primera vista nadie lo diría, es una pionera.
“Empecé con mi viejo hace más de 20 años, como peón. Él era capataz de una empresa y un día decidió irse y poner su propia empresita. Yo tenía 15 años y cuando le faltaba un peón iba de suplente. Después quedé fija. En la empresa familiar trabajaban hombres –mis hermanos- y otras mujeres –mi madre y mis primas-. A la gente le llamaba la atención, pero en mi familia era algo normal. A mí siempre me gustó”.
Cuando el padre de Judith se jubiló, cada cual tomó para su lado. Ninguna de sus primas continuó en la construcción, pero ella sí. “Seguí porque me gusta”. Cuando entró a trabajar en Ebital, una empresa del grupo Campiglia, los hombres la miraban con doble sorpresa: una mujer que había entrado a la obra… ¡y con grado de finalista! Ninguno de ellos podía imaginar toda la experiencia y conocimientos que Mallo poseía. “Se acercaban para ver cómo era posible, pero me trataron muy bien.  Nunca tuve problemas”.

***

Mabel Montes de Oca, la chica de Mariscala que quería trabajar en la construcción a pesar de las admoniciones de su pareja, tuvo por fin la oportunidad que tanto deseaba.
Hace ocho meses fue llamada para integrarse a una obra de la empresa Sacceem.
En los días previos a su debut fue aleccionada por su compañero respecto a cómo afrontar el baile en el cual se había metido: tenía que tener cuidado, no hacer amistades, mantener la distancia con los hombres, ser precavida con todos, concentrarse cien por ciento en su trabajo y, sobre todas las cosas, hacerse valer.
Cuando llegó el momento, estaba preparada.
-El primer día entré con el carácter fuerte, dura, sin saludar a nadie, llevándome todo por delante. Estaba ahí para ganarme mi lugar, para ser uno más, para hacerme respetar.
Pronto vio que lo que había aprendido en Mariscala y en la escuela de Saceem le servía, que el trabajo estaba a su alcance, que no era tan difícil. Sus compañeros hombres se acercaban más por la curiosidad que despertaba su labor eficiente que por otra cosa. Pero ella nada, ni una palabra, ni hola, ni gracias, ni adiós.
-Así estuve un mes y medio. Pensaron que era una antipática, pero después entendieron que lo había hecho para ganarme su respeto. Ahora ya está todo bien. Resultaron buenos compañeros.
Sus jefes también apreciaron su trabajo y pronto ascendió a medio oficial. Ella ya ha pedido que la consideren para oficial y se nota segura de que lo logrará.

***

Las mujeres responden. Esa es lo que dicen todos los hombres que las tienen a su cargo.
“Su trabajo está a la misma altura y con el mismo nivel de calidad que los hombres”, afirma Julio Dranuta, gerente de Gestión Humana de Saceem.
“Hacen lo mismo que los hombres, pero en cierto punto son más aplicadas, se concentran más en su tarea”, dijo Carlos Caporale, el capataz de la obra del Sodre, el jefe de Judith Mallo, la pionera.
“Son iguales a los hombres y las han aceptado muy bien. Las he visto trabajar con pico y pala a la par de los hombres”, afirmó la técnica prevencionista Carolina González.
Juan Carlos Méndez es el capataz general de una obra de 120 empleados en el Parque de las Ciencias, sobre la ruta 101 pasando el aeropuerto de Carrasco, camino a Pando. Una tupida barba cana lo delata como veterano en estas lides, lleva más de 30 años en la industria.
Nos recibe en una oficina montada en un contendor. Contra la pared está el organigrama general de la obra. El jefe máximo es un hombre, pero el segundo  y el tercer lugar jerárquicos están ocupados por mujeres: una arquitecta y una ingeniera. Es paradójico, pero en la construcción las mujeres conquistaron primero la cima y recién ahora van por la retaguardia.
Méndez es la primera vez que las tiene en sus cuadrillas. Y está muy satisfecho. “En la industria de la construcción, y en todas en general, hay  mucha gente que ya no siente el orgullo de hacer las cosas bien, el amor propio se ha ido perdiendo. Pero las mujeres todavía lo tienen. No solo por su condición natural de ser más detallistas. También porque quieren demostrar que pueden y merecen ser tenidas en cuenta”.
Una de las cuatro mujeres que trabajan con Méndez en el Parque de las Ciencias es Maira Moraes, una joven de 24 años con los párpados pintados de lila, casi violeta.
Maira trabaja haciendo pruebas de hormigón. Para hablar se saca una careta de acrílico que le protege los ojos pintados. Cuenta su historia con una sonrisa de oreja a oreja.
Como casi todas las mujeres de la construcción llegó hasta aquí desertando de otro empleo. Todas trabajaron antes como domésticas, en empresas de limpieza, como cajeras en supermercados. Maira era etiquetadora y fechadora en una planta de envasado de especias.
-Me quedaban solo 6.000 pesos por mes, y yo tengo una hija. No podía alquilar nada y vivía con mi pareja en la casa de mis suegros.
Tiene cinco hermanos. Tres de ellos son obreros de la construcción, dos no. Cuando les dijo que ella también quería serlo, las opiniones se dividieron. Los dos que trabajan en otros ramos la apoyaron en su decisión. Dos de los obreros le dijeron que eso no era para ella. El tercero le tuvo confianza: ¿por qué no?
Maira tomó coraje y presentó su curriculum en una empresa del sector.
Pero había una gran diferencia entre ella y Mabel, la chica de Mariscala que no habló con nadie el primer mes y medio en la obra, y también con Judith, la pionera del Sauce.
Mabel había aprendido muchas destrezas del oficio en una cooperativa de viviendas en su pueblo de Lavalleja. Judith lo había hecho en la empresita de su padre. Maira, la de los ojos violetas, no sabía poner un ladrillo sobre otro. Ni eso ni nada. Lo único que sabía es que no quería seguir trabajando por 6.000 pesos.
Cuando dejó el curriculum le preguntaron:
-¿Y tú qué sabés hacer?
-Sinceramente, nada.
-¿Cómo que nada?
-No, no sé nada. Pero tengo todas las ganas.

***

Matías Restano es ingeniero y jefe de dos grandes obras, el complejo de torres Diamantis es una de ellas.
Hace poco, y tras una negociación con el sindicato, una cuadrilla de seis mujeres fue incorporada a esta obra que será casi como una ciudad dentro de la ciudad: allí vivirán unas 1.500 personas.
La empresa tomó muchas precauciones ya que la situación les provocaba cierta inquietud, no sabían cómo serían recibidas. Decidieron mantenerlas a todas trabajando juntas, en un mismo sector, de modo de que pudieran apoyarse entre sí. Y decidieron confiar la nueva cuadrilla femenina a un capataz joven y de mente abierta: Andrés Mier, de 28 años.
-Yo soy muy familiero, así que sabía que no iba a tener problemas con ellas. Solo que como a veces soy demasiado bruto al hablar, les avisé que si gritaba un poco no era por nada en especial. Les dije al llegar que iban a tener el mismo trato que los hombres, igualdad en todo, que iban a hacer las mismas tareas, sin matar a nadie. Porque hay cosas que puede hacer unas personas y otras no.
Ellas no lo defraudaron en sus expectativas:
- En ciertas personas había diferencias abismales en la calidad del trabajo, en la voluntad de hacer las cosas. Yo las mandaba a apalear y lo hacían a la par de un hombre, o incluso mejor.  Rindieron lo que esperaba y más todavía.
Y al final, en el trato con los varones, no pasó nada malo. La reacción masculina generalizada fue de respeto. La dirigente sindical Estela Escobar dice que los hombres de la construcción tienen fama de ser muy machistas, pero en la realidad no son los peores: “Yo participo en la comisión de género del PIT-CNT y escucho cada historia de otros gremios, que la verdad son mucho más graves”. Para Restano la presencia de las mujeres incluso hizo que muchos hombres mejoraran en su actitud para con el trabajo. El ingeniero cree que es hora de tomar más mujeres.
Es una cuestión de justicia, pero también una necesidad. El empleo en la industria de la construcción no ha dejado de crecer en los últimos años. A la salida de la crisis de 2002, los puestos de trabajo apenas llegaban a 30.000, en 2008 alcanzaron los 55.000 y hoy ya sobrepasan los 65.000.
“Con ese panorama y un desempleo de apenas el 5,3%, en las obras muchas veces ya no se elige a quién se toma, sino que estamos obligados a tomar lo que se presenta”, explicó Restano. “Entra gente que solo quiere hacer lo mínimo necesario para llevarse el sueldo. Las mujeres, en cambio, ponen mucho empeño”.
Por eso cuando Maira Moraes, la de los ojos pintados, dijo que ella solo podía ofrecer sus ganas de trabajar, no fue descartada en forma automática. Hoy en día tener muchas ganas de trabajar no es poca cosa.
Ahora Maira está por cumplir su primer mes en la obra del Parque de las Ciencias. Más feliz no puede estar.
-El incentivo del sueldo te hace ver todo con otros ojos – se ríe-. Antes ganaba menos de la mitad.
El convenio vigente en la construcción fija 44 horas de labor semanales. Se trabaja nueve horas de lunes a jueves entre las 7 y las 17, y ocho horas los viernes, entre las 7 y las 16. Dependiendo si es albañil, medio oficial u oficial, el sueldo puede variar entre 15.000 y 17.000 pesos. En un país donde, según cifras oficiales, casi 385.000 empleados privados ganan menos de 10.000 pesos (según el PIT-CNT la cifra total llega a 800.000) , los salarios que se pagan en las obras suponen un sueño a alcanzar para mucha gente.
-El sueldo supera en mucho lo que gané en todos los trabajos anteriores que tuve – dice Claudia Bentolano, de 34 años, una de las obreras de la cuadrilla femenina de Diamantis, las uñas pintadas de azul y dos caravanas  al tono en la oreja izquierda-. El horario también es mejor porque no tengo que hacer horas extras para llegar a fin de mes. No se compara.
Para Claudia, madre de tres hijos, trabajar en la construcción tiene un extra que no tenía en su anterior empleo en un supermercado: acá se aprenden cosas nuevas. Ella entró como peón, pero tomó un curso de albañilería y con las nuevas destrezas incorporadas la ascendieron a medio oficial:
-Hay tantas cosas para aprender, es algo muy recomendable.
Los trabajadores tienen todos los beneficios sociales. Y hay otra gran ventaja para las mujeres que se aventuran en este nuevo mundo: en la construcción, a igual trabajo igual paga. No existe brecha salarial según el sexo. Y eso pasa poco en Uruguay. Un estudio de 2011 de la organización Inmujeres señaló que las uruguayas ganan, en promedio, el 69% de lo que cobran los hombres que realizan idénticas tareas.
Y después está el trabajo el sí, que a muchas les gusta:
-Acá rompés la rutina. No es como estar todos los días encerrada en una oficina, o como ser ama de casa o mucama – dice Karen Rodríguez, de 22 años, que hizo sus primeras experiencias en una cuadrilla del Mides que arreglaba veredas para la Intendencia de Montevideo y hoy es otra feliz obrera.
Todo indica que cada vez habrá más casos como los que se cuentan en estas páginas. Es algo que ya se nota. Según datos del BPS proporcionados por Elvira Domínguez, representante empresarial en su directorio, los puestos laborales ocupados por mujeres en este sector eran solo 285 en 2008. Luego pasaron a 313 en 2009, 365 en 2010 y de allí pegaron el gran salto a los 625 de 2011.
Además, la Cámara de la Construcción y el Sunca han incorporado al convenio colectivo una cláusula destinada a favorecer la incorporación de mujeres al trabajo. Y como todas las experiencias han sido buenas, no hay nada que impida que el número siga creciendo.
“Hay más mujeres que podrían sumarse”, dice Dranuta, el gerente de Saceem.
Mabel Montes de Oca, la chica de Mariscala de pocas palabras, la que se mentalizó para hacerse respetar en la obra, la que no le habló a sus compañeros durante un mes y medio para que quedara claro que ella ahí no iba a pedirle permiso a nadie, hoy lo tiene bien claro: su apuesta ha sido positiva. Estuvo tres o cuatro meses fijando niveles de pisos un láser. Ahora está tapando caños. Al principio todos sus compañeros venían a ver si había hecho bien las cosas. Ya no. Ella lo tiene claro. Cuando se le pregunta qué le diría a otras mujeres, lo resume todo en cinco palabras:
-Que se animen a venir.

Artículo de Leonardo Haberkorn.
Publicado en la revista Construcción, edición de mayo, junio y julio 2012
el.informante.blog@gmail.com

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